CAPERUCITA EN MANHATTAN: Resumen de los capítulos 3 y 4
A
Sara ya no le preocupaban las discusiones continuas de sus padres.
Se
imaginaba a sí misma en una especie de nido que alguien había
construido para ella en la estatua de la Libertad, y en ese punto del
mapa puso una estrellita, y en la casa de la abuela de Morningside,
que le encantaba, quizá por que era la única casa de Manhattan que
había visitado, puso otra. Se conocía perfectamente los recorridos
por los que iba el metro, las calles, los parques...
Pero
sobre todo, estaba deseando que llegaran los sábados para ir a la
casa de la abuela, aunque fuera con su madre. Todos los viernes, veía
a su madre muy contenta preparando la tarta de fresa para llevársela
el siguiente día a su madre, y era en el único momento en el que la
veía tan alegre. Y para seguir la rutina, todos los sábados justo
antes de irse, la señora Allen escribía una carta a su marido, en
la que siempre ponía lo mismo, y un sandwich de pepino.
Siempre
al ir a la casa de Rebecca, a Sara le ponía un impermeable rojo su
madre, aunque no lloviera. Se subían al metro, y comenzaba el viaje,
pero la madre de Sara no la dejaba concentrarse ni fijarse en las
muchas personas distintas a ella que habían. Y eso a ella se
molestaba, y cerraba los ojos para que su madre no la distrajera.
Ya
llegaron, y cerca de la casa de la abuela, había un parque, (llamado
igual que el barrio, Morningside) temido por todos y por el
que nadie pasaba, ya que hace años, un desconocido al que se le
conoce por "el vampiro de Bronx", cometió varios crímenes.
Al entrar a la casa, Sara miraba por la ventana del cuarto de estar,
desde allí se veía el parque. En esa habitación estaba el piano y
un sillón bastante antiguo pero que a la abuela le gustaba mucho,
hasta tenía la forma de su cuerpo marcada. Sara se sentó al frente
de su abuela para hacerle compañía, y empezó a contarle esas
historias que tanto le gustan. También le habló del "vampiro
de Bronx", y la abuela le contó que ella paseaba por
aquel parque, porque como a todos les daba miedo, era un buen sitio
en el que se sentía libre y respiraba de verdad. Cuando la
señora Allen escuchó que le estaba hablando de eso a su hija,
se enfadó, porque no le gustaba que a Sara le contara esas
cosas.
A
otro sábado, volvieron a ir a la casa de Morningside, pero al
llamar, nadie abría, entonces Vivian abrió con su llave. Al
ver que no había nadie en la casa, muy preocupada, bajó a ver si
estaba en algún bar, y Sara se quedó sola. En ese momento la niña
se puso muy alegre, porque estaba sola en la casa que tanto le
fascinaba, y sin su madre regañándole por todo. Fue al
cuarto de su abuela y en la cama, encontró unas
cartas, en una de ellas salía un hombre, mayor pero guapo,
con una estantería de libros detrás...¡Era Aurelio! Pero como Sara
sabía que su madre llegaría de un momento a otro y no quería
que viese las cosas personales de la abuela, las escondió en el
secreter, donde estaban todos los secretos. Ahí también vio un
papelito que decía la receta de la tarta de fresa, y que la
abuela fue la que enseñó a la señora Allen. Poco después
llegó la abuela, pero aún la señora Allen no, y le contó que
había estado jugando al bingo y había ganado 150$, y le dio la
mitad a Sara, junto con una bolsa, por si algún día lo necesitaba.
También le dio un libro en el que contaba quién había puesto la
estatua de la Libertad, pero enseguida llegó su madre. Y lo
mantuvieron en secreto.
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